Mauricio Macri llegó al poder
desnudo, sin molestarse en vestir trajes con los cuales distraer. Su vida,
pública en extremo, jamás ocultó mujeres, ni padres ni primos ni amistades,
mucho menos el dinero. Es, por lo tanto, llamativo que un periodismo hoy ocioso
tras la caída brutal del kirchnerismo que tanta tela daba para cortar, ahora
pretenda hacer bis e intentar ridículamente desnudar a un rey desnudo desde el
primer día. Se comparan los contratos de los Kirchner con Baez con los de Macri
padre y el Correo, y como en realidad eso es previo al gobierno del hijo, se
desata en simultáneo el falso escándalo de Avianca basado en un siempre redituable
“por las dudas”, y, de paso, se disemina a sotto
voce la idea de un posible “impeachment”
local, renovación del helicóptero.
Estimulados por la adrenalina de los
medios norteamericanos en la cacería del Presidente Trump, muchos periodistas se
abrochan las insignias heroicas para confrontar al poder, y regresan a un pasado
obligatoriamente inclinado a la izquierda con un poder local que siempre es más
bien capitalista—salvo durante el período kirchnerista. Miméticos con la ola
global parecen olvidar que Trump es, a los efectos de los Estados Unidos y por
su atrasado nacionalismo desglobalizador, más bien un Kirchner que un Macri. El New York Times de hoy es el Lanata de ayer,
ese tiempo pasó y hoy estamos en una nueva secuencia, bien distinta. Sin embargo, el periodismo se empeña en reflejar
una terrible realidad a punto de estallar, una bronca colectiva que rebalsa
toda imaginación, algo nunca visto—aunque hayamos visto todo en la última larga
década.
Y así va por los medios, entrando en
la casa de la gente, ese periodismo hoy en realidad desocupado, si de nuevas
tragedias se trata, tan desocupado como los políticos que no encuentran su
lugar. Por eso el periodismo tiende a encontrarse en la noticia con las
diversas izquierdas, incluyendo el kirchnerismo remanente, que movilizan en nombre
de la inmensa pobreza que supieron crear—y buscan un horror que no existe más
que en el persistente recordatorio de un pasado que cuesta remediar. Es
comprensible, ¿cómo despertar a los televidentes y a los cada día más escasos
lectores sino con el ruido del escándalo? El problema es que, de tanto
equivocar la presentación de la situación real—un equipo de gobierno que
lentamente va reorganizando el país sobre bases sólidas y
sustentables—insistiendo en todo lo que está mal y en la falta de avances
rotundos en la economía, desparraman entre los argentinos una idea sin asidero:
que la gente no da más, que todo está mucho peor y que quién sabe cómo
terminará todo esto. Esa misma gente, que el periodismo alimenta con contenidos,
ideas, e información magnificada, termina dudando de sí misma y enojándose con
el país, el gobierno, los políticos y, ¡cuidado! con los mismos periodistas a
los que se les nota demasiado el inmenso goce de reporteros de la catástrofe.
Ya lo sabemos, tampoco hay muchos
líderes políticos capaces de explicar y contener. Sería agradable, sin embargo,
que la porción más educada de la sociedad y aquella que sólo debería perseguir
el interés general, como los intelectuales, periodistas y los olvidados
artistas, tomase la posta, mirase el panorama con ecuanimidad y madurez de buen
juez formado en la historia y mostrase lo que de verdad está sucediendo.
No importa si la gente está enojada
y el periodismo la azuza más para irritarla al máximo y atraparla en las
noticias. No importa si las cosas están un poco mejor o un poco peor. No
importan los estados de ánimo, reales o inventados. Lo que importa es la
comprensión exacta de lo que está sucediendo, cuáles serían las alternativas
que nadie propone seriamente—preguntar en la CGT los cómo y los por qué de
tanta falsa marcha y tanta amenaza sin contenido. Importaría que alguien
describa con corrección el programa que este gobierno está desarrollando, cómo
en efecto se relaciona con los años 90—la tentativa anterior de encaminar
definitivamente la Argentina antes de que Duhalde y Alfonsín pusieran la piedra
en el zapato y con ella nos sometieran a la larga y desdichada caminata con los
Kirchner.
Habría que explicar muy bien y,
también, no habría que seguir denostando el peronismo y, en cambio, volver más
bien a ser peronista en lo bueno y olvidado de este movimiento que hoy---¡y
esta es la gran noticia que nadie quiere comunicar!—tiene sólo disponible, para
seguir su rumbo hacia la grandeza de la nación y felicidad del pueblo, el
liderazgo de Macri. Es cierto que es un liderazgo recortado por un hombre que
tiene miedo de ser peronista, que quiere ser él mismo y un fundador como si la
historia no importase, que se siente más seguro dentro de la dinámica
republicana del radicalismo, tímido para asumir otro pasado que no sea el de
Frondizi—pasado breve, aún propulsado por Perón—y que se resiste a abrazar a aquellos
que lo siguen, a falta de alguien mejor, a aquellos que confían en él y a
aquellos que desde la CGT le prestan una cierta ayuda que podría ser una
ilimitada ayuda si el conductor asumiese sin reservas la bandera común y el
espíritu de volver a levantar a los pobres hacia la clase media.
Sí, hay que hacer otra vez lo que
supo hacer el peronismo, y para que el milagro pueda suceder tiene que volver incluir
a los millones de trabajadores con nuevos instrumentos aptos para un desarrollo
capitalista e integrar, sobre todo, a los millones de aspirantes a trabajadores
a los que hay que encuadrar y educar con urgencia extrema para inaugurar, no
una nueva historia, sino para continuar y concluir la historia pendiente.
Si el periodismo se esforzase, y en
vez de agregar a Perón como el tercer demonio entre los militares y
guerrilleros—como está de moda en estos días desde La Nación hasta Noticias—se
preocupase de entender que el eslabón perdido en la saga argentina—una saga que
peronistas, radicales y liberales, y ¡hasta la izquierda!, podríamos coincidir en
que debió ser maravillosa, por lo dotado del territorio y de sus gentes—es el
escaso agradecimiento de una buena parte del país por un movimiento que hizo
todo para que la Argentina fuera aún más grande y con un pueblo muchísimo
mejor.
Ese escaso agradecimiento fue
retribuido por el peronismo con enojo y resentimiento y sólo una reconciliación
profunda, que acepte que el país anterior al peronismo era maravilloso, excepto
que no para todos, y que el país del peronismo quiso ser maravilloso para todos
y extender la maravilla anterior al futuro, pero, hasta hoy, no pudo lograrlo,
siendo siempre una sola mitad, a veces con pésimos líderes, ni siquiera
peronistas aunque disfrazados de tales.
En los tiempos de Menem y Cavallo,
parecía que serían ellos, ambos, o uno u otro en secuencia, quienes por fin remontaran
la cuesta hacia el futuro. Y casi lo logran, uniendo las dos mitades, si no
fuese que, una nueva mitad crecida en sus entrañas les robó el nombre y la
posibilidad de progreso. Hoy estamos en una nueva oportunidad de dar la mano a
nuestros dos mejores pasados, el liberal y el peronista--en esta historia el pasado
radical fue sólo el mensajero del peronismo, integrando a los inmigrantes
blancos. Si entendemos que ésta es la verdadera historia de la Argentina, y
entendemos el lugar privilegiado de Macri y de los últimos peronistas de Perón
aún vivos para pasar la posta, podremos recuperar el país y su verdadero camino.
Y, lo más importante, hasta podremos
guiar al periodismo con la firmeza de convicciones bien sostenidas, de esas de
las que uno está orgulloso y que nadie puede conmover fácilmente, aunque griten
escándalo, fuego y quién sabe cuántas
cosas más que oiremos en este año electoral, pero también el año de hacer un
buen moño al pasado.