En estos días de confusión, sería bueno recordar que la
persistencia de viejos males en la economía argentina no es una fatalidad y
mucho menos una fatalidad debida al peronismo en su conjunto, sino atribuible a
la resistencia a la realidad que desde hace ya mucho tiempo despliegan la
mayoría de los muy mal formados políticos y de muchos de sus economistas, en
general más profesionales, pero muy a menudo dominados por viejos
aprendizajes. Son ellos, junto a un
periodismo al cual le vuelve a costar tomar la iniciativa de la opinión pública,
los que transmiten la confusión al conjunto del pueblo y a las organizaciones
civiles que los representan, entre ellas los sindicatos y las entidades
empresarias.
La locura informativa de las últimas semanas sumada a un mal
disimulado malestar del gobierno que muchos mal interpretan como desesperación,
llama la atención por la intensidad de las discusiones sobre la economía, a las
que ahora se agrega el habitual cuco del FMI. Sería mucho más beneficioso que
se discutiera sobre el ajuste mental que los argentinos debemos hacer para
retomar la buena senda del crecimiento y el orgullo nacional. Un ajuste mental
igualmente resistido y postergado por lo incómodo de tener que volver a pensar
y tragarse antiguas creencias, lugares comunes, e ideologismos crecidos sobre
los hechos reales.
El primer paso de este ajuste consiste en reconocer la realidad
tal como es, y en especial, entre todas las realidades negadas y
distorsionadas, la realidad de los años 90, cuando tuvimos por bastantes años
un rumbo nacional claro, una estrategia internacional sin fisuras y una
economía organizada, moderna y que hubiera sido sostenida si los equipos que
funcionaron durante la primera parte de la década se hubiesen mantenido,
mejorando y corrigiendo siempre las políticas para el mejor desarrollo y sostén
del país.
El segundo paso de ese ajuste consiste en reconocer que
durante el gobierno de la Rúa fue imposible recuperar los últimos años de la
década anterior en piloto automático y sin que se hubiesen continuado las
reformas que asegurasen la continuidad del cambio.
El tercer paso de ese ajuste mental consiste en reconocer
que no fue la política liberal de Cavallo, y tampoco el corralito—una solución
de urgencia mal explicada y peor comprendida—lo que provocó la tragedia del
2001-2002 sino el golpe institucional organizado por los viejos enemigos—peronistas
y radicales—de la política liberal de modernización y apertura al mundo del
país. Ellos lograron su objetivo de no pagar la deuda externa, pesificar los
contratos públicos y privados, y devaluar el peso. Y sí, lo hicieron con la contribución
del FMI, y del Tesoro de los Estados Unidos, transformados en la ocasión en
cómplices involuntarios de sus enemigos por mal cálculo político acerca de lo
que sobrevendría.
El cuarto paso de ese ajuste mental es más fácil, ya que una
buena mitad de la población ya lo ha hecho al rechazar en dos elecciones
consecutivas todo regreso al duhaldismo, al alfonsinismo, o al kirchnerismo en
cualquiera de sus dos nefastas variantes. Dicho esto, queda no obstante una
mitad menos uno para convencerse de que toda solución que no sea una solución
de libertad de mercado y de una macroeconomía de reglas compatibles con el
mundo y aptas para atraer la inversión genuina, será inútil y nos hará perder
aún más tiempo y sólo ganar más pobres y más quebrantos.
El actual gobierno debería calmarse, evitando las políticas
golpe de efecto coyunturales que sólo crean más confusión e intentando hacer una
buena política de fondo—por caso, ampliando su frente de gestión formalmente
con el peronismo liberal afín.
El camino argentino es sólo uno, y es el que por suerte este
gobierno eligió, aunque de modo timorato, sin hacer suyo el pasado donde todo
lo que hay que hacer ya fue hecho—Cavallo demostró que es posible. Por lo
tanto, no hay grandes misterios acerca de lo que se debe hacer. Por otra parte,
nadie en la oposición puede hacerlo ahora, simplemente porque precisan dos años
para llegar al gobierno.
El cambio le toca, en efecto, a Cambiemos. La pregunta no es
si lo van a hacer o no, porque no van a tener más remedio que hacerlo, sino si
lo van a hacer bien rápido o no. Y para hacerlo bien rápido, tienen que
enganchar ya mismo a la parte de la hoy oposición que le es afín y que está
pidiendo pista para aterrizar y aportar a ese mismo cambio. Hay un peronismo
que no sirve para nada porque no ha hecho aún su reflexión, pero hay también un
peronismo desaprovechado, hoy sin conducción, que convendría alistar en la
causa común de poner definitivamente en pie el país. ¿Será esa la misteriosa
misión de Emilio Monzó? Sería bueno que no fuese misteriosa, sino una clara
directiva presidencial, de modo que el país también pueda acompañar. Sería
también una muestra—mucho hace falta—de buena conducción.
Habrá sin duda ajustes. Se cortará el gasto en un lado, pero
eso permitirá que entre inversión por el otro. Así que, a pesar de lo que todos
parecen creer hoy, éste no es el problema real y tampoco lo es el FMI, que como
todo prestamista de última instancia sólo quiere estar seguro de que podamos
pagar.
El problema es el de la resistencia a la realidad de que,
para hacer los cambios necesarios, hace falta más gente que ayude y adhiera. Un
ajuste mental, también en la más alta conducción del país, que se trasladará,
finalmente, a una política correcta y duradera.