El avance en las innúmeras causas por corrupción que tocan al
kirchnerismo vuelve a beneficiar a Cambiemos y a colocarlo en la delantera de
la competencia electoral. Podrá vencer en 2019 con facilidad al kirchnerismo y
hasta quizá quede habilitado para sepultar electoralmente junto a éste al resto
de las variantes peronistas. ¿Podrá el peronismo en su conjunto repensar su
historia de modo correcto y servir al país junto a Cambiemos, ya como socio, ya
como oposición?
La estrategia de continuar asociando al kirchnerismo con el total
del peronismo, ofrece una incomparable ventaja en estos días de horror frente
al volumen de lo robado por el kirchnerismo al Estado, con el silencio de muchos
peronistas no kirchneristas. El rechazo a la organización mafiosa que terminó
corrompiendo a las mayores empresas de la Argentina es enorme y muy rendidor
electoralmente. Ni siquiera pensar que la propia familia del Presidente Macri
pueda ser involucrada en esta estafa mayor a los argentinos hará mella en el
renovado poder de Cambiemos: una oportuna entrega a lo General Moscardó (pero
generacionalmente invertida) redoblará el lustre de la transparencia. En estas
semanas, las elecciones de 2019 no son una amenaza.
Sin embargo, la Argentina sigue amenazada en su ignorancia
profunda de sí misma en cuanto a las verdaderas alternativas políticas y económicas. No se
discute lo que hay que discutir para asegurar la suerte y buen destino de un país
que sigue retrocediendo. La confusión acerca de los sistemas de organización del Estado y de la economía persiste. El peronismo, por su tradición
de pensamiento sistematizado y sus claros y tradicionales instrumentos de
conducción, es el principal responsable de no haber aclarado la confusión, ya que precede a un Cambiemos que sólo
surge por la falta de modernización del peronismo. Antes que Cambiemos, es el peronismo
el que debe hacer su mea culpa público, utilizando los razonamientos correctos
de modo que el total de la población vuelva a tener un instructivo adecuado con
el cual pensarse y pensar al país. El peronismo actual debe esto a los
argentinos como condición necesaria para que los argentinos puedan reconsiderar
su permanencia como fuerza política viable.
Hacia fines de los años 90, los Kirchner crearon un grupo de
intelectuales que bajo el nombre de “Calafate”, se reunían a pensar políticas
anti-liberales, anti-Menem específicamente. Entre ellos, el hoy muy consultado
Julio Bárbaro, que después integrara el gobierno de Néstor Kirchner. Post-Frepasistas,
más bien socialdemócratas con un barniz de izquierda progresista, nadie podía
confundirse: ellos eran tan opuestos a las políticas liberales en la organización
de la economía impuestas por Menem y Cavallo y a la apertura al mundo globalizado
del libre comercio como los peronistas más ortodoxos. Así, el peronista
ortodoxo Duhalde, acérrimo enemigo de Menem, sería su aliado en una concepción
retrógrada de la Argentina y, finalmente, el promotor de Néstor Kirchner a la
Presidencia. Duhalde hasta le prestaría un ministro, Lavagna, que hoy, no
casualmente, vuelve a sonar como posible candidato a presidente de una unión
peronista que abarcase a peronistas ortodoxos, kirchneristas socialdemócratas y
kirchneristas de izquierda, incluyendo entre éstos al sector rebelde del
radicalismo disconforme con Cambiemos.
Esta amalgama peronista que replica la del año 2003 es lo
único que hasta ahora el peronismo transmite de cara a una sociedad confundida.
El peronismo sigue anclado ya no en 1945, o en los 70, sino en la misma confusión
de fines de los años 90, con Duhalde oponiéndose, más que a un Menem
personalista, a sus políticas liberales. Esta oposición se manifestaría con mayor claridad en la posterior oposición duhaldista a Domingo Cavallo, ingresado al
gobierno radical para intentar recuperar aquellas políticas de los iniciales años
90, y culminaría con el golpe institucional a de la Rua.
El peronismo actual no es entonces principalmente objetable
porque una de sus fracciones haya destruido y saqueado al Estado en la última
década—corruptos puede haberlos en cualquier régimen y bajo cualquier ideología—sino
por haber combatido al peronismo de los años 90, único progreso consensuado por
las dos partes en litigio desde 1945, la via real de la Argentina con la
asociación de las fuerzas tradicionales liberales al poder de las clases
trabajadoras.
Los errores terribles de los dirigentes peronistas post años
90, vendidos lamentablemente como éxitos después de la crisis de 2001 provocada
por ellos mismos y sus aliados radicales de izquierda, son los que postraron a
aquella Argentina que había por fin logrado levantarse, en unidad política, y
entrar en un camino de modernización y progreso.
Si el peronismo quiere tener alguna chance electoral, debería mostrar la hidalguía de hacer pública esta discusión y superar sus malas
interpretaciones de la realidad, hasta hoy sostenidas a rajatabla, en la errada
idea de que la oposición a Cambiemos debe expresar el camino opuesto. No debe
ser lo opuesto, debe ser lo mismo, en la tradición peronista-liberal de los
años 90, pero mejor, con más conocimiento teórico y más eficiencia práctica. Y debe serlo sin
esa vergüenza u oportunismo frente a una opinión pública congelada en el error, esa que también hace, a
su vez disfrazar, a Cambiemos de radical o desarrollista, en vez de
asumirse como la vanguardia de un peronismo impotente, frenado por dirigentes reaccionarios.
En el peronismo, hoy no se ve un solo dirigente que se anime a renacer desde
su propia tradición peronista-liberal y a conducir a los argentinos en la buena
senda de un pensamiento realista. En el escenario político, sólo se ven los peronistas retrógados, los tímidos que saben pero no se animan a ir de frente por miedo a
perder los votos de aquellos a quienes, por el contrario, deberían guiar, y a
los inclasificables oportunistas de siempre, ya pragmáticos, ya traidores.
Si hoy uno escucha
las opiniones de la mayoría de los ciudadanos de a pie, alimentados por un
periodismo que no siempre hace sus deberes o, peor aún, se deja llevar por
antiguas pasiones, culturales, clasistas o racistas, no detecta casi nunca en esas
opiniones una consistente descripción de la realidad de las últimas décadas.
Por lo tanto, no existe tampoco la posibilidad de que la opinión pública pueda
apoyar, duradera y racionalmente, a un Cambiemos que enfiló hacia el camino
correcto pero sin asumir el pasado del cual es heredero.
La revolución liberal
ya se hizo en la Argentina, con un Menem mejor político que Macri, con un
Cavallo más competente y mejor formado para la administración pública que
cualquiera de los ministros actuales. Lo que hoy logró Cambiemos como fuerza
política, no pudo lograrlo Domingo Cavallo con su Acción para la República, y,
sin embargo, en aquel momento, ya existía la aspiración de continuar el camino
comenzado y descuidado por un Menem demasiado distraído en sus negocios
personales.
La confusión peronista alcanza también a la coalición
gobernante. A Cambiemos le cuesta conducir y caminar contra esa corriente
generalizada de pensamiento colectivo que cree que los 90 fueron una catástrofe;
el liberalismo explícito, la ruina electoral, y que toda asociación con el
mejor peronismo político de la unión y el progreso, significa perder la
oportunidad de sepultarlo y reemplazarlo para siempre. El peronismo, en su
parálisis y decadencia, arrastra a un Cambiemos al que en rigor debería
estimular como un hermano histórico menor desde su lugar de hermano mayor y con
más instrumentos. Cambiemos, a su vez, compite con su hermano mayor del peor
modo posible, intentando su destrucción.
Lo que Cambiemos no ve es que el peronismo no es un partido
y ni siquiera un movimiento, sino un modo de interpretar y conducir a la
Argentina y que este modo no es patrimonio del peronismo, sino a esta altura,
de todos los argentinos. Es una herencia de familia.
Lo que el peronismo no ve, es que perdió la lucidez para
reconocer este modo propio y hacerlo suyo nuevamente, y la inteligencia para
usar correctamente esta modalidad en el primer cuarto del siglo XXI.
Sí, ya ha pasado todo ese tiempo, y la Argentina sigue
empeorando sin que nadie explique por qué. “¡Deben ser los peronistas, deben
ser!”, renovaría hoy el slogan La revista dislocada. Y sí, como aquella otra
vez en el remoto pasado de los gorilas, no se equivocaría: son los peronistas los culpables,
pero no por las razones que habitualmente se cree.