Para algunos, Alberto Fernández es un misterio atractivo y,
en la medida en que no ha hecho demasiadas declaraciones sobre sus proyectos,
permite a muchos enojados construir las fantasías más agradables a sus sueños.
Para otros, es apenas el tapón que separa a Cristina Kirchner de su tercera
presidencia, seguramente la más temible de las tres ya que regresaría no sólo
como una sobreviviente a su propia mala gestión sino como una imbatible heroína
con una impactante masa leal detrás y todos sus enemigos derrotados.
Es en esta última visión se anotan el PRO y sus originales aliados de Cambiemos, el
Radicalismo y la Coalición Cívica, pero también los recién llegados a la mesa
del nuevo Juntos por el Cambio, los peronistas republicanos y liberales
alineados tras Pichetto, un colectivo que de ningún modo renunciará a su
antikirchnerismo esencial y doctrinario y hará todo lo posible porque éste no
vuelva al poder. Este peronismo no pudo tener un candidato propio de peso que
lo expresase en estas elecciones y mira hoy a Macri como su legítima opción.
Por supuesto, hubiera sido mucho mejor que el Presidente
Macri hubiese descartado mucho antes los impulsos antiperonistas propios y de
quienes lo rodean, así como la estrategia suicida de querer presentar al
kirchnerismo como peronismo (sólo logró que muchos más peronistas dubitativos se
aglomeraran frente a él). Otras hubiesen sido las PASO si hubiese convocado a
tiempo al peronismo afín, como se lo pedían Monzó, Frigerio y muchos otros
dentro de su propia fuerza. Más vale tarde que nunca, y finalmente la incorporación
de Pichetto dio la señal de un auténtico y bienvenido cambio en este sentido.
Como la hora de hacer reformas económicas de fondo (¡esa
estabilidad de la moneda que Menem y Cavallo consiguieron en un cortísimo
tiempo!) ha quedado postergada hasta el inicio de un segundo mandato o hasta
que la historia lo disponga, si el presidente es otro que el actual, sólo queda
usar lo que resta, que es toda la artillería política del peronismo más genuino
que hace rato está oculta en la trastienda de la política.
En las próximas elecciones, ese peronismo es esencial porque
es el verdadero protagonista de la contienda. Una contienda que es histórica y
que, como Macri no la pudo resolver, permanece irresuelta. El argumento es
sencillo: son dos formas de país las que están en juego, y las dos tienen un
referente en el pasado, porque las dos emergieron del peronismo.
Los argentinos vamos a votar en la elección presidencial de
octubre por un país parecido al de la década del 90 o por un país parecido al
de la larga década kirchnerista, porque este es el proyecto que va a volver y
no las fantasías moderadas de los enojados. Aunque nunca haya tenido la
valentía de reconocerlo, Macri se identifica con el país de la década de los 90—y
esto, dicho por una peronista liberal, es un elogio. Macri llevó adelante la misma exitosa política exterior y le faltó hacer lo esencial: la reforma
económica profunda. Pero Macri tiene un posible ministro, Melconián, capaz de
hacerla, y puede mostrar al ministro con el proyecto de reforma monetaria en
primer lugar, y enarbolar el éxito de la modernización de los 90, reivindicarlo
y mejorarlo creativamente, apelando además a los sindicatos.
Como en líneas generales se sepultó el éxito de Menem y Cavallo tras los problemas de la gestión de de la Rua y
se aceptó la interesadísima versión duhaldista de la historia, habrá que hacer
un curso de acelerada revisión histórica para restablecer la verdad. Pero, donde
está la verdad está la victoria, y entonces quizá valga la pena renovar el
discurso y retomar el camino perdido por... ah, sí, el golpe institucional de
Duhalde y Alfonsín en diciembre de 2001.
En estas horas de nuevo cepo, cuando se entiende un poco más
qué significa no tener las suficientes divisas, o la necesidad de no emitir
para no crear más inflación, o lo terrible de no tener una moneda estable—como se
tenía en 2001, recordar eso, el país antes del golpe—y todas las cosas que hay
que hacer para salvar esa moneda estable si se la tiene, o, como ahora, para ganarla una vez más si hace dieciocho años
que se la perdió.
El peronismo conoce
el número. Dieciocho años representan el tiempo que un peronista sabe esperar y
al cabo de los cuales llega una hora que no deja escapar. No perder una vez más lo que nunca (¡ah, si
todos lo hubiesen entendido a tiempo!), se hubiera debido perder.
Que el candidato Macri le hable a los propios y dé también un
espacio a ese peronismo que despreció y que es el único que hoy lo puede salvar
si le permite usar toda su fuerza y toda su capacidad de persuasión. El
peronismo quiere salvar a la Argentina de la nueva mentira de un kirchnerismo
apenas reciclado en un conjunto pseudo-peronista con todos los defectos del
antiguo peronismo congelado en el tiempo, sumados a los de una izquierda socialista
disfrazada de un peronismo que nunca quiso a Perón. El peronismo genuino está
especialmente interesado en que caigan las máscaras y en que triunfe lo que el
peronismo genuino defiende: la grandeza de la Nación y la felicidad—sólida,
digna, y duradera—del pueblo.
Durán Barba imaginó mucho mejor la polarización de lo que
hoy sus enemigos quieren concederle. Sólo se equivocó en una cosa: confundir al
kirchnerismo con la totalidad del peronismo. Por ese error, el presidente
perdió en el camino a su más valioso aliado posible. El que ahora hará toda la
diferencia, si Macri y Juntos por el Cambio le dan su lugar.