Lejos de aquella interpretación del peronismo por John William Cooke como “el hecho maldito del país burgués”, el peronismo real, hoy sin conducción visible, aparece más bien como la sombra maldita de la luz posible que tanto Cristina Kirchner como Mauricio Macri han evitado durante sus gobiernos. Con un Alberto Fernández ya cómodamente asimilado al juego de considerar a Cristina Kirchner como la jefa de su propio espacio peronista y a devolver a Mauricio Macri a su papel protagónico de jefe de la oposición a ese peronismo, se repite el escenario de la última década que conviene a ambos contrincantes. Este escenario de rivalidad teatral del que rápidamente el periodismo más torpe hace eco, deja fuera de toda posible conducción peronista a un amplio espectro opositor, en especial de los gobernadores, y al mismo Fernández.
El peronismo real, ese que podría muy bien avanzar una gran reforma económica con la base de una moneda sólida, libertad, y un gran apoyo de sindicatos renovados en su rol, es oscurecido tanto por un Macri que siempre prefiere a su lado al radicalismo como por la definitivamente izquierdizada Cristina Kirchner, que para salvarse de las muchas causas judiciales que la acechan, no solo promueve su propia y conveniente reforma de la justicia sino que no vacila en entregar a la misma Argentina a los planes de apropiación en el continente americano de China y Rusia. Entusiasmada con ser una Fidelita que por fin encontró, en este país postrado por la pandemia y el fracaso de dos gobiernos sin éxito económico, la Sierra Maestra de su propia gesta, escribe su libreto, sin esperanzas ya de que prime algún tipo de seria identificación con la Argentina y su destino. Por otra parte, si su motivación principal fuera sólo no ir presa, sería fácil terminar con el problema Cristina Kirchner: hacerla una arrepentida por DNU y crear la vía legal sin cárcel para ella y sus hijos a cambio de la devolución de lo expropiado al Estado. ¿Quién quiere una mezquina venganza cuando el precio es el destino del país?
El peronismo real, ese peronismo sin liderazgo que le haga honor, lejos de ser hoy el hecho maldito del país burgués, es el único salvador posible de ese país burgués del cual hoy, después de setenta años de asentamiento de la revolución peronista, forma parte, burgués él mismo como todo buen trabajador sindicalizado y orgulloso de su país y de sus derechos. Que varios millones de nuevos pobres, hoy izquierdizados en sus reclamos y absolutamente lejos de cualquier reminiscencia profunda del peronismo, nacido no en la confrontación de clases sino en la conquista de derechos, usen la simbología peronista confunde a muchos. A los mismos que además, usan pícaramente a Cristina Kirchner como la representante real del peronismo, intentando hacer de éste lo que no es en la realidad, pero continúa siendo en las amenazantes fantasías gorilas del pasado, esas fantasías que son la verdadera sombra que impide el avance nacional hacia la luz.
El peronismo real, en los años 90, dio el ejemplo, y terminó la guerra con los adversarios gorilas de antaño, y ese hecho fundamental, creó una unidad nacional que permitió la gran reforma liberal de la economía y una inserción continental y global que permitió que la Argentina ingresara en el conjunto de las veinte naciones inspiradoras de las políticas globales.
Esa inteligencia política que llevó por fin a acertar y encaminar a la Argentina en el sendero de su mejor destino, no es hoy correspondida por el liberalismo opositor, que prefiere recostarse en el errado facilismo de culpar al peronismo y hacer de Cristina Kirchner su jefa--¡qué regalo maravilloso le hacen para ayudarla en sus negociaciones con Pekín y Moscú!—en vez de producir el mismo efecto de los años 90, tomando esta vez la iniciativa para abrazar al peronismo real y hacerlo su aliado en una lucha en la cual no se puede regalar nada a los enemigos de la única solución posible para el país.
En vez de salir a la calle para reclamar en contra de la reforma judicial, o sea en contra de Cristina Kirchner como “emblema peroncho”, mostrando la hilacha radical anti-peronista más que la verdadera y sabia visión estratégica que tiene el común de la gente: la absoluta necesidad de mantener a la Argentina dentro de sus alianzas occidentales y la infinita urgencia de dar ya un golpe de timón a la economía, creando una moneda sana y dando libertad. Es ese vasto conglomerado común, compuesto por liberales y peronistas, por radicales e independientes, y que no incluye al conglomerado de pobres izquierdizados y sin otro poder que el que los demás poderes regalen a su jefa, el que precisa un liderazgo, y ese liderazgo es el que va a ser el liderazgo de una genuina oposición.
¿Será posible el debate colectivo sobre este tema? ¿Será posible que los poderes reales y el del periodismo en particular, actúen con mayor habilidad para lograr un reordenamiento de los liderazgos?
El escenario está ocupado con los mismos actores, representando los mismos viejos libretos. Está claro que nadie los mira ni espera ya nada de ellos. El público desesperanzado no sabe de qué ni de quién agarrarse para dar lugar a una genuina esperanza. Es tiempo. Ya es hora.
Moneda y libertad, y a reconstruir desde ahí.