sábado, febrero 20, 2021

EL LEGADO NO RECLAMADO DE CARLOS MENEM

 


Y se fue el Presidente Menem, correctamente despedido en el Congreso con los honores que le correspondían y, como era previsible, despreciado hasta el último momento por mucho de la derecha y el centro y por toda la izquierda. Para unos, por los eternos defectos atribuidos al peronismo que  borran la visibilidad de cualquier éxito y, para los otros, por haber transformado el peronismo en un peronismo liberal o, lisa y llanamente, por ser él mismo un desenfadado “neoliberal”.   

La muerte del exitoso presidente que junto a Domingo Cavallo, logró una década con estabilidad monetaria y sin inflación, un despliegue de la Argentina en el mundo nunca antes visto con la inserción de la Argentina en el selecto grupo de los 20 países más importantes del mundo, y el descomunal nivel de inversión, crecimiento y modernización de toda la infraestructura productiva, incluyendo la energía y las comunicaciones, parece no haber echado una nueva luz sobre los años 90, exceptuando algunos sentidos y lúcidos homenajes aquí y allá.

 La última década argentina del siglo 20 continúa siendo criticada por lo menos determinante del destino argentino a la hora de considerar el total de la historia. Se insiste una y otra vez con definirla por la corrupción de propios y amigos, por meter mano en la Justicia para ocultarla, y por la falta de respuesta a la dificultad de una parte del aparato productivo y su fuerza laboral para reconvertirse, en vez de reconocerla y rescatada por sus éxitos.

Lo que Menem hizo, no pudo hacerlo el macrismo, cuando debiera haberlo hecho. Lo que Menem hizo, el peronismo cooptado por el kirchnerismo, se resistió hasta hoy a hacerlo. No se puede aceptar que haya sido un peronista el que encontró la llave política para destrabar el clásico antagonismo peronismo-liberalismo que consumió a la Argentina durante casi medio siglo en una guerra civil ya abierta, ya solapada: el Presidente Menem terminó con un abrazo el clásico antagonismo. El peronismo pudo no solo amigarse políticamente con el liberalismo  sino adoptar todo su instrumental económico para hacer la grandeza de la nación y la felicidad de su pueblo. 

Desde luego, los que hoy tienen menos de 30 años no tienen mucha idea de todo esto y consumen las interesadas versiones de los muchos liberales que siguen siendo antiperonistas aunque nunca tuvieron alguien que gobernara el país más de acuerdo a muchos de sus ideales que el mismo Menem, en especial en su etapa Cavallo, en las versiones del peronismo ortodoxo que no terminó de entender lo que pasó y sigue tan confundido como cuando apostó a los Kircnher, y, desde luego, el frívolo kirchnerismo heredero de los ideologismos setentistas. Bueno sería que se preguntaran por qué se persiste en disfrazar de fracaso a un éxito, ese tradicional recurso de los envidiosos incapaces de triunfar y crear un éxito propio, como demuestran los últimos veinte años de derrumbe argentino. En estos jóvenes está hoy el volumen del voto para cambiar el destino de la Argentina. ¿Despertarán a tiempo?

 En estos días, la Argentina está asfixiada por un kirchnerismo que no quiere resignarse a perder el poder y que, para ello, no vacila en comprometer el destino del país en dudosas alianzas con China --¿por qué hay militares chinos en el territorio nacional operando la base espacial de Neuquén?—o en paralizar su economía para llegar con una apariencia de estabilidad a las elecciones de octubre de este año. Entonces, la pregunta de fondo acerca de la actitud en relación a la década peronista de los 90 no hay que hacerla ni al kirchnerismo ni a la oposición: hay que hacerla a un peronismo histórico que, al respecto, sigue mudo de estos días.

¿Dónde está el dirigente peronista que se anime por fin a reclamar para sí y la Argentina el legado peronista de un presidente peronista y de una década peronista, brillante y exitosa? ¿Dónde está el dirigente peronista que se anime por fin a señalar a Duhalde no como el ilustrado piloto de tormentas sino como el creador de la tormenta—como bien lo definió Jorge Asís—al destruir la convertibilidad y la seguridad jurídica de los contratos en dólares de la Argentina? ¿Dónde está el dirigente peronista que se atreva por fin a describir el sinsentido de la ridícula “gesta” kirchnerista para hacer una revolución que sólo consiguió que hoy tengamos más de un 50% de pobres, una economía en la miseria, y ningún rol en el mundo?

 Macri podría haber sido ese dirigente, pero no quiso abrazar el peronismo o solo lo hizo cuando ya era demasiado tarde. Otros liberales siguen resistiéndose a dar ese abrazo que con tanto tino dio desde la vereda opuesta Carlos Menem (y no por ser un descendiente de árabes, tan amables y obsequiosos, como sostiene alguna otra absurda nota por ahí, también incapaz de reconocer el talento y el acierto político de un peronista). Tampoco el Presidente Fernández, escondido bajo las polleras de su vicepresidenta, se animó a dar la cara y proceder no solo en su propio favor histórico sino en el que su responsabilidad como presidente de los argentinos le indica: repetir el modelo que dio salida a décadas de frustración nacional y ayudar con su acción a que la Argentina sea otra vez un país exitoso.

El legado de Carlos Menem no tiene quien lo reclame.

¿Nadie tiene vocación de triunfo? ¿Nadie quiere encarar una verdadera gesta de redención del país y de los pobres? Cómo hacerlo no es un secreto: ya se hizo. Es fácil, solo hay que volver a hacerlo.

¿Quién se anima a reclamar el legado disponible y pendiente?