Y, naturalmente, llegó la hora de la verdad. En la cancha se ven los pingos, y en la cancha, el recién electo presidente Milei tropezó y rodó, a pesar de que el liberalismo fue la opción más votada por los argentinos y que el candidato perdedor, Sergio Massa, expresaba también la aún no formulada vertiente liberal del peronismo.
Ya se ha dicho demasiado en los últimos días acerca de
los motivos del tropiezo, la falta de experiencia política y el desconocimiento
práctico de qué hacer cuando se es una notable minoría en ambas cámaras.
De lo que poco se habla, es de qué debería hacer Milei
para conseguir, a pesar de todo, un gobierno digno y eficaz que cumpla con las
principales metas de estabilidad de la moneda y de libertad y seguridad en la
inversión y la producción.
Los consejos de sentido común de su hermana o de sus jóvenes
acompañantes habituales, no bastan a la hora de tener que contar con una comprensión
cabal de cómo proceder. A nadie con una mínima experiencia política se le
hubiera ocurrido entramparse con un DNU que abarcase tantos temas y una ley
ómnibus en la misma línea. Eso ya ha quedado claro y está en vías de solución.
Lo que no está claro, es el marco político general en el que Milei debe
desenvolverse.
En vez de dialogar con la CGT y los movimientos sociales
para hacerlos parte del proyecto de una economía liberal que beneficie a todos,
Milei se creó un enemigo innecesario, un enemigo además perdido en su propio
pasado sin la conducción política adecuada para hacerlo avanzar en su misión de
proteger a los trabajadores y las fuentes de trabajo de modo pragmático.
El peronismo se perdió la ocasión de hacer una revolución
liberal al estilo de Menem. Sumergido y paralizado por el kirchnerismo, no se
animó a tanto, a pesar de que fuimos muchos los que, desde hace más de dos
décadas, venimos señalando ese inevitable rumbo.
Si hubiese ganado Massa, hubiéramos asistido a esa
revolución liberal, en modo más lento, con un ministro de economía que
seguramente hubiese sido Melconian o, incluso, el mismo Milei, con tanto lazo
entretejido con Massa. Y la CGT y los trabajadores y los movimientos sociales—que,
en realidad, deberían ser parte de la CGT ya que también sus integrantes son
trabajadores, solo que desocupados—hubieran comenzado a considerar los nuevos
instrumentos modernos para proteger a sus afiliados y, más aún, lograr la
incorporación masiva a los sindicatos de todos aquellos que hoy están en la
economía informal o desocupados. Sí, eso es posible, pero, para darse cuenta de
que lo es, hay que tener una mentalidad que sea a la vez peronista y liberal. Y
no, no es un oxímoron: el peronismo no está de ningún modo reñido con el
capitalismo, como lo demostraron los hoy nuevamente admirados Menem y Cavallo.
Pero Milei no es Menem ni Cavallo, así que hay que
ayudarlo a ser un poco de los dos, mostrándole qué partes de su proceder
político no funcionan.
En Davos, pareció demostrar que le importa más su rol
global de único líder anarco-capitalista que ser el eficiente y moderno
presidente de un país destruido. Error: los argentinos ya tuvimos casi dos
décadas con una ambiciosa supuesta líder de la izquierda latinoamericana, que
nos hundió allí dónde estamos, con una base china en la Patagonia, además, y
una cantidad respetable de agentes cubanos al acecho. Lo que precisamos ahora
es un modesto líder liberal, que olvide los sueños grandilocuentes y se dedique
a aquello para lo que fue votado: lograr una Argentina económicamente viable.
Con un liberalismo sencillo y bien entendido y buen diálogo con todos los
actores productivos, incluyendo a los trabajadores ocupados y desocupados, es
suficiente.
¿Nos importan los Estados Unidos? ¿Nos importa Israel?
Sí, pero no hay que fascinarse ni confundirse con Trump, el gran amigo de Putin
que lo ayuda financiando las largas caravanas de latinoamericanos ilegales en
la frontera. Una cierta distancia que permita una soberanía real en la política
exterior, es lo conveniente, ya que la supuesta afinidad capitalista es
engañosa. Los EE UU son capitalistas sea quien sea el presidente. Hay que mirar
el mapa del mundo y las guerras en curso.
¿Cómo construir una mayoría en las cámaras? Hace falta un
Menem real para organizar esto, y no solamente uno que porte el apellido. El
peronismo está sin conducción, pero su último aspirante a conductor, Massa,
está desocupado. Puede ser un perfecto jefe de gabinete y armar todo lo que hoy
está disperso, incluyendo el diálogo con los trabajadores. No le va a gustar a
Macri, que apoyó a Milei solo para evitar que Massa fuera presidente, pero eso
no tiene importancia. También Macri deberá rever su cerrazón a aliarse a tiempo
al peronismo. Pichetto puede ayudarlo y ayudar a Massa también, si este es
invitado a participar para cerrar por fin la famosa brecha y cambiar el aire
político.
Y hace falta agregar el ingrediente Cavallo: la dolarización
distrae, inquieta y debe revestir su mejor, más práctica y rápida forma, la de
la convertibilidad flotante. Libertad para
operar con las dos monedas, ya mismo, y Banco Central independiente, confiando
en que, si esta vez se logra eliminar el déficit fiscal y con él, la inflación,
a nadie se le ocurrirá volver atrás. ¿Por qué no confiar en que hemos crecido y
aprendido?
El Presidente Milei puede dejar de lado su comprensible
decepción y aceptar que la hora de las grandes utopías todavía no llegó y
concentrarse en no fracasar en el intento de lo que sí es posible. Se
transformará en un muy respetado líder liberal mundial si consigue, con la
ayuda interesada del peronismo que quiere zafar del kirchnerismo para siempre, transformar
a la Argentina en un país con una economía libre y próspera, y, de paso, justa
y soberana. ¿Qué más?