Tras la amenaza del Presidente de los Estados Unidos de
suspender la imprescindible ayuda financiera a la Argentina si el actual gobierno
no ganaba, una considerable mayoría de prudentes argentinos optó por confirmar
el rumbo y dar el voto al gobierno, a pesar de las malas decisiones que,
justamente, lo llevaron a endeudarse y a postergar el crecimiento. El resultado
electoral no fue, por cierto, como algunos quisieran creer, un premio a la
gestión. Pero sí una confirmación del rumbo. Esto es lo que verdaderamente
determina el nuevo escenario y el posible éxito de todo nuevo proyecto.
El actual gobierno y su partido están hoy, más que nunca,
no solo dirigido sino también poblado en el Poder Legislativo de desconocidos
sin experiencia. Las varias probadas figuras del PRO que los acompañan lucen
mejor pero no alcanzan. El gobierno seguirá con lo que entiende como un exitoso
plan anarco-capitalista que no admite retoques y se verá cómo avanza el diálogo
con los gobernadores y la oposición.
El pobre desempeño del centro liberal, en especial de
Provincias Unidas y Potenciar, con López Murphy, requiere otra mirada. ¿Es
posible agrupar radicales y peronistas tal como lo intentó en su última etapa
Mauricio Macri y ofrecer una alternativa moderada de liberalismo para 2027?
¿Volverá el PRO a esta coalición, en una posible PASO, y abandonando
definitivamente al gobierno?
Cualquier nuevo proyecto debería tener en cuenta la
historia subterránea que sigue corriendo por debajo del desorden de los espacios
políticos.
Se trata, nada más y nada menos, de la irresuelta batalla
entre peronismo y anti-peronismo, En su inicio y por largo tiempo, el peronismo
fue el partido revolucionario pro-trabajadores y anti capital externo y el
radicalismo, su natural opositor republicano, con mayor simpatía por el capital
externo pero ambos sin real interés o capacidad para crear una economía de
libre mercado, imprescindible, tanto ayer como hoy, para crear prosperidad y
progreso.
En el pasado, cuando ni el peronismo ni el radicalismo
daban en la tecla, aparecía un tercer partido, el militar, pretendiendo mejorar
la economía, con recetas varias, en general, liberales. Cuando muchos se siguen
preguntando acerca de la inesperada irrupción de Milei en el escenario
político, tal vez la mejor respuesta sea que, en tiempos de irreversible
democracia, hacía falta un tercer partido para sustituir al militar y arreglar
lo que el radicalismo y el peronismo no pudieron solucionar. No se trata de la “casta”
sino de la falta de un liderazgo adecuado en ambos partidos tradicionales.
El PRO con su primera alianza con parte del radicalismo, fue
una variante liberal y en su segunda alianza expresó una novedad que tampoco funcionó, la
fusión de las alas liberales del radicalismo y el peronismo. Hoy, el centro
liberal de Provincias Unidas y otros pretende renovar esta estrategia. Una
estrategia que soslaya el problema de fondo: la falta de progreso y cohesión
política de los dos grandes partidos nacionales, resistentes a la adopción definitva
de una política económica de libre mercado. El viejo dilema arrastrado desde el
pasado remoto de ambos partidos y que el franco liberalismo de un Menem o un de
la Rua no pudieron resolver en forma definitiva. Ese es el drama que continúa
hoy por debajo de la dispersión. El drama que es, en definitiva, el sostén del
actual gobierno, ese dudoso y quizá efímero tercer partido que encontró el
éxito pescando en aguas revueltas.
Por lo tanto, la solución definitiva de la Argentina no
pasa, por cierto, por las oportunas intervenciones financieras de los Estados
Unidos ni por terceros partidos—militares o democráticos—montados sobre un
desorden político de la base tradicional sino por un ordenamiento de los dos
grandes partidos, con una aceptación plena de las reglas de una economía de
libre mercado, que incluyen una moneda sana y ausencia de déficit fiscal.
El radicalismo sigue con dos alas, una hoy afín al gobierno,
la otra afín a Provincias Unidas. Para la grandeza del partido radical, cuyas
dos alas aceptan hoy una economía moderna, esta fricción debería dirimirse en
una interna que, poniendo a la Argentina y al partido por encima de los
dirigentes, solucionase para siempre el modo de resolver el conflicto, manteniendo
la integridad partidaria.
El caso del peronismo es diferente, ya que las internas
han sido suspendidas por el kichnerismo, secuestrador del PJ, enemigo del
capitalismo externo o interno. Simpatizante de Cuba, Venezuela, Irán, Rusia y
China, el kirchnersimo poco tiene que
ver con el peronismo, en particular, con el peronismo post-Menem, que en su
alianza con Cavallo, modernizó no solo la Argentina sino los mismos fundamentos
del peronismo. En la globalización que coincidió con sus dos mandatos, una
economía liberal de mercado era no solo recomendable sino imprescindible para
sobrevivir en el mundo. Hoy, para el peronismo, esta opción sigue vigente para
quien se anime a reclamarla, hacerla suya y llevar no solo al peronismo a una posible
victoria sino a dar a la Argentina la absoluta garantía de no regresar al
fracasado estatismo izquierdista. ¿Quién liderará esta batalla final contra el
debilitado kichnerismo promoviendo un peronismo liberal?
Un dato alienta esta posibilidad: la cabal comprensión de una Cristina Kirchner presa de que su libertad solo será conseguida por el indulto de un presidente que gane y que ningún candidato peronista ganará si no expresa a la mayoría de los argentinos, hoy ejemplarmente identificada con un rumbo liberal.