(publicado en http://peronismolibre.wordpress.com)
Los argentinos de a pie están
considerablemente hartos de las condiciones en que se encuentra el país, en
especial de la paralización total de la economía, de la inseguridad y de la
afrenta que supone tener gobernantes corruptos procesados o en vías de serlo y,
además, totalmente ineficaces para resolver la crisis. La dirigencia opositora,
mientras esas condiciones se deterioran aceleradamente, ensaya estrategias para
llegar a un hoy muy lejano futuro electoral donde sus mejores intereses
electorales sean preservados. Llama la atención, sin embargo, el enorme miedo
al actual gobierno.
No se trata ya del coro de diputados
y senadores peronistas que siguen sonriendo y aplaudiendo traicionando al
pueblo al que representan votando cualquier cosa, ni de los atolondrados
empresarios y sindicalistas pendientes de traficar favores con el mismo
Ministerio de Economía que trabaja para su eliminación, ni del perseguido periodismo
que no quiere ser acusado de llamar a un golpe institucional. Se trata de algo
mucho más profundo: el miedo a ese poder de represión por la fuerza que está en
manos del Estado y que un gobierno como el actual no vacilaría en utilizar, de
serle funcional a sus objetivos de resistir y permanecer, e incluso de no
utilizar, con los mismos fines, como se vio en el reciente episodio de Lugano,
donde la Policía Metropolitana fue primero provocada y luego abandonada a sí
misma. El miedo más sutil, aún no totalmente expresado, quizá por miedo de que
las palabras creen una nueva realidad, a grupos civiles armados afines al
gobierno que puedan ser utilizados para los mismos fines de provocación,
resistencia y permanencia en el poder más allá de cualquier calendario
electoral.
Bajo la sombrilla de este miedo, son
muchos los Gandhi que llaman a la resistencia pasiva, a la calma y a la espera.
Entre otros se cuentan Lilita Carrió, explícitamente y como buena radical
institucionalista, Daniel Scioli que no quiere que nadie acelere un tiempo que
él sueña con manejar, y Mauricio Macri, que también precisa tiempo para
construir un espacio nacional. Muchos Gandhi y ningún de Gaulle que advierta la
necesidad de una resistencia activa, si el tema es que el Estado está ocupado
por enemigos de la Nación y del pueblo, y que clarifique los límites y alcances
de esa posible resistencia. ¿Estamos ocupados por un Imperio militarmente
poderoso que somete a nuestro pueblo o más bien por compatriotas que adhieren a
ideologías y métodos que disgustan a la gran mayoría de los argentinos, no sólo
por principios lamentablemente siempre negociables, sino porque se ven
arrastrados a la destrucción y a la ruina, como fue el caso del gobierno local
de la ocupación nazi en Francia?
No vivimos en un mundo donde se
pueda citar a Gandhi impunemente, un mundo en el cual asistimos al alzamiento
de Rusia frente al orden mundial establecido post-caída del Muro de Berlín y a
la lucha descarnada de los nuevos ejércitos islámicos a la conquista de un
territorio propio. Los Estados Unidos tienen también su propio aspirante a
Gandhi, un presidente que confunde la paz con el laissez-faire para sólo actuar
como corresponde siempre tarde, en un destiempo que le está costando al mundo
la actual confusión global. Si el líder del mundo libre se confunde, ¿quién, si
no los enemigos de ese mundo libre, prosperará? El mundo precisa también su
propio de Gaulle que señale el camino, en una hora en que los Gandhi sólo
estorban. Mientras tanto, el actual gobierno argentino sonríe a Putin y a su
Rusia con grandes ambiciones y le promete alimentos allí donde Europa se los
niegue. También están los guiños a Irán, con la complicidad de Venezuela, cuyo
jefe militar nos visita en estos días.
En el pasado, conocimos la crisis
del gobierno de Alfonsín con su hiperinflación, y la crisis se terminó de un
modo pacífico, con un consensuado adelanto de las elecciones y el resultado de
una década de progresos, tanto en la economía como en la inserción
internacional. Un modelo pacífico a gusto de los Gandhi y muy posible de imitar
hoy, pero que requiere simultáneamente la energía y visión de un de Gaulle que
lo propusiera y liderara. También conocimos las crisis del 2001, con un golpe
institucional que ofrecería otro posible modelo de procedimiento, sólo que esta
vez con la autoridad moral de la cual careció el otro, ya que se trata hoy de
devolver la institucionalidad al país hoy gobernado por procesados o cómplices
y no de quebrar la institucionalidad de la moneda y los contratos, como sucedió
en el fin de año del default y la pesificación.
Imaginamos que de Gaulle también
tendría miedo a la hora de entregarse a su destino, pero, por suerte para
Francia, tuvo también claridad acerca de cuando uno puede echarse a dormir la
siesta esperando pacíficamente un futuro mejor, y cuando, por no ejercer una
resistencia nominal y activa, liderando un vasto movimiento de opinión y
acción, se corre el riesgo de perder ese futuro a manos de los enemigos que se
temió enfrentar.
Por supuesto, este largo comentario sobre
el miedo podría haber usado los más civilizados términos de adversarios
políticos y de contiendas electorales para referirse a la situación actual. Pero
para ello, no tendríamos que percibir la idea de Gandhi y la resistencia
pacífica tan instalada en la boca y actitud de muchos dirigentes, ni estar,
como estamos, en efecto, sometidos a una autoritaria fuerza estatal que hace y
deshace sin que nadie la frene. El mismo inconsciente colectivo que hoy hace
evocar a los Gandhi, debería producir también su de Gaulle, para bien de la
Argentina.