Uno de los mayores errores de la
oposición al kirchnerismo ha sido el de hacer del kirchnerismo y el peronismo un único paquete cerrado con el
rótulo de populismo. La consecuencia mayor de este error consiste en dar por
perdido a la hora de votar a ese 30 o
40% de la población que recibe subsidios o beneficios del actual gobierno. Al
sobreentender que ese 30 o 40% siempre fue alimentado por políticas populistas,
se lo desdeña y ningunea y, en ningún caso, se lo hace objeto de un discurso
especial. Si el kirchnerismo, en efecto, es populista, el peronismo no lo es.
Al kirchnerismo populista no le
interesa la promoción social de los pobres, ni en su educación ni en su ingreso
a la clase media. Le interesa, en efecto, contar a esa inmensa mayoría de no
educados, desocupados o subocupados como una mayoría electoralmente fiel a
cambio de beneficios circunstanciales como diversos planes de beneficios económicos
o el fútbol gratis. En cambio, el peronismo histórico logró esa misma mayoría
fiel dándole derechos que antes no tenía, favoreciendo las organizaciones
sindicales de trabajadores y educando masivamente a los niños de esa primer generación.
Ese peronismo histórico hizo ingresar a aquella mayoría del pasado en la clase
media. Sin embargo, el General Perón calificaría hoy a esta inmensa nueva masa
de pobres que la desorganización del país a lo largo de décadas volvió a
construir, como una “masa informe”, idéntica a las grandes masas de postergados
del pasado y que requiere hoy un nuevo tipo de atención.
El camino a la clase media y a todos los
derechos políticos y sociales no volvió atrás y por lo tanto no se trata de
proponer una nueva revolución política (al socialismo estatista y populista,
por ejemplo, como pretende el kirchnerismo) sino de una adaptación del antiguo
instrumental peronista a las nuevas condiciones económicas globales. Se trata
de encontrar los modos y medios para rápidamente identificar al total de la
población sumergida, integrarla a nuevos planes de educación y trabajo,
instando a las instituciones educativas o sindicales a proveer o gestionar los
seguros y créditos necesarios para que este esfuerzo sea financiado, en primer
término, por el trabajo de cada ex-pobre o el estudio de cada ex-niño o joven
no instruido. El Estado puede contribuir a este esfuerzo con un impuesto específico,
a ser administrado por cada una de las instituciones responsables, con el
Estado y las instituciones actuando en pares descentralizados en ambos niveles.
De este modo el trabajo, la salud y la educación
comenzarían a estar asegurados y sólo restaría resolver con las mismas premisas
de descentralización y crédito el tema de la vivienda. Tierras fiscales,
construcciones financiadas a bajo crédito por el mismo trabajo y/o con trabajo propio,
extensión de programas de viviendas rurales con huertas y plantíos, etc., son
posibles con buena planificación y una sujeción cabal y simultánea a una economía
totalmente capitalista, en las cuales se introduciría un nuevo actor muy participativo:
el sindicato y la instituciones educativas invirtiendo sin fines de lucro a
favor de sus afiliados o educandos. El lucro cesante sería aquí ganancia social
y sería, a corto o mediano plazo, siempre financiado por sus beneficiarios. Un
peronismo y también un cooperativismo
funcionando privadamente dentro de una macroeconomía de mercado: una novedad
instrumental que quizá la Argentina sea la primera en inaugurar, por su bagaje
histórico peronista, justamente, que tan bien puede calzar en una economía
liberal. Aunque a muchos—peronistas o liberales—les cueste hacer este
matrimonio conceptual en su rígida visión del mundo.
Resulta muy alentador que un
dirigente de la oposición como Maurico Macri haya decidido por fin abrir los
brazos a un peronismo moderno que hoy no tiene representación. Es la gran ocasión
para retomar las banderas del pasado pero con los instrumentos de una moderna
economía capitalista, dentro de la cual es posible hacer peronismo del mejor
(el de la promoción hacia arriba de los pobres y no educados) usando la vieja
experiencia de favorecer a los pobres con autenticidad, no para lograr votos
sino para mejorar sus condiciones de vida y abrirles la puerta de esa clase media
a la que aspiran a pertenecer. Aunque no lo digan y escuchen hoy con resignación
discursos resentidos o socialistas inoperantes, mientras reciben un bolsón o
sobre que sólo les durará hasta fines de mes.
¿Estará Mauricio Macri dispuesto a
hablar también a los pobres diciéndoles la verdad e incluyéndolos en un ingreso
real a una vida digna y productiva? ¿O
dejará que el kirchnerismo, ese lobo disfrazado de peronista, vuelva a comerse
a los pobres? De este detalle, un discurso y una intención especial para
conseguir que los pobres se hagan cargo de su destino (como lo hicieron en
tiempos del General Perón), depende el resultado de las próximas elecciones. Hoy como ayer, es sólo un tema de liderazgo
inteligente.