Como en una profecía auto-cumplida,
el coronavirus vino a reforzar la locura nacional-proteccionista que desde hace
unos años viene aquejando al planeta. Desde el Estados Unidos de Trump a la
Gran Bretaña del Brexit, pasando en muchos otros países por diversos estadios
de rechazo a la globalización, la negación planetaria acerca de los enormes
beneficios que trajo la creciente intercomunicación comercial del planeta a
partir de la caída del Muro de Berlín, no ha parado de crecer. La Argentina, durante el lúcido gobierno de
Mauricio Macri en este aspecto, con su punto culminante en la reunión del G-20
en Buenos Aires, hoy en el gobierno kirchnerista del dúo Fernández, se ha
perdido mucho del terreno ganado. Desde el fatídico cepo final de Mauricio
Macri a la parálisis económica de los presentes días de la pandemia, hemos
permanecido a la espera de definiciones en el rumbo, con pocos resultados.
Hemos visto, en cambio, recientes declaraciones del Presidente Fernández,
unido en lo teórico a la Vicepresidente Fernández mucho más de lo que se
esperaba. Ahora ya sabemos que es social-demócrata, estatista antes que liberal
y muy dispuesto a proteger los ingresos del estado por retenciones a las
exportaciones e impuestos a los ricos, y que no se preocupa por la emisión
desmedida de pesos, además de insistir en espantar los dólares que quisieran
transitar libremente por el sistema, en vez de abrazarlos y mimarlos, para
animarlos a confiar en el país.
Tan cómoda en la gestión de la pandemia
como el mismo presidente en su insospechada capacidad de liderazgo didáctico que
genera—por ahora—una notable obediencia en los díscolos compatriotas, la muy
callada oposición no sabe bien qué hacer.
Este no saber qué hacer y tener un perfil político tan bajo se debe
esencialmente al mismo problema que aquejó a Mauricio Macri durante su
gobierno: la predominancia, por debajo de las esperadas ideas supuestamente
liberales de Macri, de las recetas y programas estatistas de una influyente mayoría
radical que predominó allí donde el par debería haber sido el peronismo liberal
que aún hoy espera su líder. Se trata de algo más que agregar un vicepresidente
peronista a la fórmula presidencial. Se trata de abrazar sin timidez la
excelencia de lo que se hizo en los años 90.
Así, ya provenga de liberales
amigos y socios del peronismo que ya dio sus exámenes de modernidad, o de
peronistas amigos y socios de un liberalismo con el que ya tuvieron una
fructífera producción política, una oposición auténtica hoy debe volver a
defender sin tapujos la apertura de fronteras, la eliminación de las retenciones
a todas las exportaciones, la apertura inteligente del mercado favoreciendo por
medio de créditos privados la exportación de las marcas argentinas, alertando y
entrenando a los sindicatos en todas las nuevas competencias de las que deben
hacerse cargo para defender del modo adecuado a los trabajadores del siglo XXI
sin entorpecer a las empresas, y, en
primerísimo término, para que todo este conjunto de acciones sea posible,
eliminar el cepo y permitir una nueva convertibilidad flotante para que las
personas puedan operar en la moneda de su preferencia y los precios tengan un
ancla estable y confiable, más allá de la emisión de pesos que pueda seguir
creando inflación durante el tiempo de transición hacia una convertibilidad
estable. El criterio de la oposición, en todos los campos, debe estar regido
por la idea que es la libertad lo que proporcionará el crecimiento que tanto
precisa la Argentina, y no las trabas o las restricciones.
Peronista opositor a la
social-democracia estatista del resto del peronismo retrasado y/o llanamente liberal,
el nuevo conjunto de peronistas y liberales, aún sin nombre ni líder que lo
reclame, tiene un discurso posible y disponible, listo para usar. Justamente,
el discurso didáctico que describe el proyecto que la población, harta de los
malos manejos y desaciertos de unos y otros, está ansiosa por escuchar y
acompañar, con tanto corazón como el que pone en salir a flote de la pandemia.