Mientras poco a poco va calando en la dirigencia y en la
población, la idea de una pandemia que durará hasta que exista una vacuna y que la
única estrategia posible para revivir la economía, es prepararse para convivir
con ella, conviene ir pensando en una lectura adecuada de los espacios políticos.
El punto de una buena lectura de estos espacios es encontrar la forma más
viable de llegar a un rápido consenso para
crear una economía libre que permita el mayor, mejor y más rápido crecimiento.
Volvemos a repetir lo que ya dijimos muchas veces: el gran
error de Macri fue no asociarse también con el peronismo afín, mucho más
entrenado y hábil que los radicales en la comprensión y manejo de una economía
liberal, por su historia de los años 90. Se asoció tardíamente y sin mucha
convicción, lo cual terminó de anularlo como el líder que se esperaba hiciera la
tan necesaria reforma liberal. Hoy, esa posibilidad, tal como existía en todo
su potencial en 2015, no existe más. Lo que debe primar en estos días en que
los enojados con el actual gobierno porque no muestra nada que indique la
comprensión de lo que habría que hace, vuelven a agitar las banderas anti-peronistas.
Lo hacen del mismo
modo enceguecido en que lo hacían desde el meollo mismo de Cambiemos, como si
todo fuese siempre una cuestión binaria de peronistas contra liberales, como si
los años 90 no hubiesen existido, y como si el peronismo fuese el breve
peronismo del 17 Noviembre de 1972 al 13 de Julio de 1073, reino fugaz de los
Montoneros a la conquista del poder, incluyendo la presidencia de Cámpora, y no
el peronismo en constante evolución instrumental, desde 1945 hasta 1999. Este
peronismo, el verdaderamente revolucionario, el que tiene a los trabajadores
como su columna vertebral y como su objetivo principal, es el peronismo que
comprendió la globalización y la necesidad de una economía abierta, liberal y
moderna que sirviese al crecimiento y al progreso genuino de los trabajadores.
Desde luego, el peronismo retrógrado estatista de Duhalde primero y Kirchner
después, y el peronismo de la izquierda fantasiosa de Cristina Kirchner, poco
tienen que ver con el peronismo evolucionado según sus propias leyes.
Ya Perón había rechazado claramente la variante comunista
cubana y toda versión del poder que no fuese republicana y democrática,
señalando que los años de la “toma del poder” por parte de los trabajadores, ya
estaba en el pasado, y que ahora sólo se trataba de seguir con el dogma doctrinario
del trabajo y el trabajador y entrar lo más rápido posible en una etapa
institucional. Más tarde, Menem ayudaría a esta institucionalización, haciendo
las paces con todos los viejos enemigos y organizando una auténtica economía
peronista y liberal a la vez, en la cual los sindicatos ayudaron mucho, aunque sin
llegar a todo que podían y pueden aún hacer para asegurar la mejor vida de sus
afiliados.
Entonces, no se trata de que en el país exista una brecha
con dos facciones en pugna. Existe una división antigua, que se insiste en
hacer pasar por actual, y una división verdaderamente actual, una que no se
puede ver, en tanto las facciones no son dos, sino tres.
Aspiran al poder los no peronistas, los peronistas, y la
izquierda que sueña con hacer de la Argentina una Cuba más grande, ya provengan
sus mentores e integrantes de la izquierda tradicional o del peronismo, como
Cristina Kirchner, quizá la más interesada en perpetuar la antigua división
entre peronistas y liberales, como personaje en busca de un rol estelar en el escenario
global. ¿Qué podría dárselo sino una bonita y colorida dictadura? Claro está
que también podría lucirse con un sorpresivo rol de moderna líder reformista
liberal, rompiendo con su propio pasado, pero, que sepamos, aún no considera interesante
el nuevo libreto que, sin embargo, tendría la ventaja de dejar a sus
descendientes viviendo en una gran y bella nación.
Si el gran peligro que corre hoy la Argentina en pleno
derrumbe, es que efectivamente por su falta de dirección y creciente pobreza
caiga en una desordenada venezuelización con el espejismo cubano como meta,
habría que revisar en muchos enclaves del poder, la actitud hacia el peronismo
y, buscar la estrategia para construir un sólido polo liberal, uno que incluso,
eventualmente, pueda apoyar con éxito al actual Presidente Fernández, el
inevitable día en que éste deba elegir entre la espada y la pared.
Los peronistas y los
no peronistas, están llamados a enfrentar tanto el estatismo y el
antiliberalismo, como el posible giro a una dictadura de izquierda. El Presidente
Fernández, a su vez, tendrá que optar por el camino adecuado para la Nación, ya
que ésta ha sido puesta en sus manos y no solo para que administre la pandemia.
Como de costumbre, lo que escasea son los buenos líderes
que, entendiendo el espacio político sin prejuicios, puedan plantear la
correcta asociación de los que hoy tienen los mismos objetivos y terminar con
la insistencia en las diferencias del pasado. Los verdaderos peronistas son
todos, por la fuerza, inevitablemente liberales: no hay posibilidad de progreso
duradero para los trabajadores si no es dentro de una economía liberal. Los verdaderos liberales son, por fuerza,
inevitablemente peronistas, ya que una economía liberal, además del capital,
debe hacerse con trabajadores que la acepten y fortalezcan.
¿Quiénes son hoy los enemigos de la Argentina y los que van
a retardar su crecimiento y progreso si llegaran a hacerse de TODO el poder? Los
estatistas, los antiliberales, los antiperonistas, los izquierdistas y todos
aquellos que aún tienen, por insensatez o propia conveniencia, la vista en el
pasado.
No son dos, sino tres. Nótese que esto es cierto hasta el
punto en que, en las últimas elecciones, en las que ninguno de los tres podía
ganar por sí mismo, la estrategia fue partir a uno de ellos, quedándose los
otros dos cada uno con un pedazo. En total oscuridad, sin que se discriminase
bien las partes del peronismo, por lo cual, por ejemplo, alguien como Massa,
quedó ubicado en el lado incorrecto. Si la población hubiese sido mejor
preparada desde antes en esta visión de tres en disputa y si los dirigentes de
Cambiemos hubiesen sido más lúcidos tempranamente, la alianza de dos nítidos liberales
contra un tercero hubiera dado la victoria a la alianza más genuinamente fuerte,
a la que de verdad expresa el sentir de la mayoría de la población, y no cómo
resultó, con la victoria de la frágil y poco creíble alianza actualmente en el
poder.
Este es tiempo de construcción y cuánto más se entienda que
no son dos, sino tres las fuerzas aspirantes al liderazgo, más rápido será el
camino a una coalición y a la estabilización de la Argentina como una nación
democrática y moderna, capaz de comprender su historia—su historia completa—y conducir
su propio destino.