Este último 8 de Octubre pocos recordaron la fecha: el 125 aniversario del nacimiento de General Perón, ese fantasma sin reencarnación que aún habita nuestros días políticos, en la saga inconclusa de su histórica revolución.
Amado u odiado, pero sobre todo, usado y abusado, el General sigue presente en su ausencia, inquieto e inquietante, listo para descansar en paz apenas lo que él empezó se termine bien y pueda abandonar el falso protagonismo para entrar en el panteón de la historia, esa historia que celebra y respeta a los verdaderos patriotas, esa historia que siempre tarda en brindar su veredicto final.
En su mensaje previo a las elecciones de 2005, “Unir al
peronismo”, publicado en julio de ese año en el diario Clarín, el derrotado en 2003 ex
presidente Menem advertía: “A
confesión de parte, relevo de prueba. El Presidente Kirchner acaba de decretar
el certificado de defunción del peronismo. A su criterio, el futuro argentino
estará dominado por la puja entre dos grandes fuerzas: una de centro-izquierda,
que intenta liderar, y otra de centro-derecha, a la que pretende aniquilar. En
ese marco, el peronismo habría perdido su razón de ser. La discusión acerca de
si Kirchner es o no es peronista ha perdido entonces todo sentido. Porque si
alguna vez lo fue, como algunos todavía creen, él mismo declara que ha dejado
de serlo”. Los quince años que siguieron no hicieron más que confirmar esta
perfecta definición del quién es quién en el peronismo.
En estos
días se habla de dar más poder a Alberto Fernández haciéndolo presidir el
Partido Justicialista nacional. Una buena idea, si es para recordarle su
peronismo original y forzarlo a apoyarse en éste, que lejos de ser hoy un proyecto
izquierdista como el kirchnerismo y continuando lo comenzado en los años 90, es
un proyecto de capitalismo-sindicalismo totalmente avanzado, respondiendo
siempre a las premisas del General pero con los nuevos instrumentos del siglo
XXI.
De todos
modos, la mejor tradición peronista indicaría la necesidad de una interna para
decidir quien preside el partido y ya el hecho de que la nueva oligarquía
kirchnerista continúe designando a dedo a aquellos que Perón quería fueran los genuinos
representantes del pueblo, solo nos dice que el peronismo del pasado sigue sin
representación. Aquel peronismo que dio derechos e impulsó a los trabajadores
hacia arriba, a una ampliada clase media, todavía espera su reencarnación del siglo
XXI en una Argentina con un 50 por ciento de pobres y nuevos pobres que esas
fuerzas descritas por Kirchner, la de derecha y la de izquierda, nos dejaron,
sin que el peronismo pudiese intervenir, transformado en una minoría sin
control de su partido, prestando parte de sus miembros a una u otra fuerza, y
sin un liderazgo potente que abriese camino a una renovación propia y total.
El panorama
actual habla por sí mismo, con dos grandes ausentes en la mesa del poder
nacional: el histórico liberalismo previo a la revolución peronista y a su
antecesora radical, y el peronismo genuino, ese que un sabio Perón de 125 años
hubiera descrito:
1) como el
mismo peronismo de la institucionalización que él en persona proclamó en 1974 (sí, ¡el primer
peronista republicano fue él, dando por terminada la etapa revolucionaria del
peronismo!),
2) como el
peronismo de los años 90 que no llegó a ver pero que cumplió a rajatabla con su
indicación de terminar la vieja guerra civil peronismo-antiperonismo y usar los
mejores instrumentos para estabilizar la Nación y hacerla crecer, y
3) como el
peronismo resistente a toda seducción de la izquierda en los años del nuevo
siglo y cada vez más compenetrado con el histórico liberalismo, en la mutua
necesidad de tener que volver a hacer grande a la Argentina y feliz a su
pueblo.
Traicionado
por quienes el próximo 17 de Octubre volverán a usar su memoria para conquistar
de mal modo el afecto de un pueblo peronista que ni siquiera puede elegir sus
propios líderes—no sólo no hay internas en el PJ sino que persiste la lista
sábana, el instrumento favorito de las dos nuevas oligarquías que se disputan
el poder—el General Perón seguirá recordándonos que la única verdad es la
realidad. Y que la realidad es que las dos únicas protestas por la libertad
fieles a sí mismas hoy son las de un liberalismo histórico y las de un
peronismo genuino aún sostenido por parte de su siempre sólida columna vertebral
sindicalista y un considerable aunque envejecido resto de cuadros formados y crecidos
bajo el mismo Perón.
Mientras
sigan los ataques al peronismo por parte de las dos nuevas oligarquías que se
disputan el poder, la Argentina no tendrá solución. Las dos fracasaron: una, la
kirchnerista, disfrazada de peronista; la otra disfrazada de liberal, la
macrista.
Falta la
reacción, el pedir por elecciones internas verdaderas, por la eliminación de
las listas sábanas, por la renovación total del plantel político nacional desde
abajo hacia arriba. Falta la lucidez de ver que no es en la guerra entre Macri
y Cristina y el triunfo de uno u otro que se conseguirá un triunfo para la
Argentina, sino en lo opuesto: en el descarte liso y llano de las dos oligarquías
aspirantes y en la revitalización de un movimiento de abajo hacia arriba que
una a las dos únicas tradiciones señeras de la Nación: el liberalismo del siglo
XIX y principios del siglo XX, que hizo grande a la Argentina, y el peronismo
del siglo XX, que la hizo grande para todos.