Con la generación de los 70 envejecida y sin haber creado ninguna organización que, a falta de líderes capaces de guiar al conjunto y no sólo a una facción—como fue el caso del kirchnerismo—pudiese sustituir a ese liderazgo, el peronismo 2020 enfrenta un doble problema: crear esa organización y asegurar el trasvasamiento generacional, es decir, la transmisión actualizada de cómo debe ser hoy ejecutado el peronismo para cumplir con sus propósitos fundamentales de engrandecer a la nación y hacer feliz al pueblo. Vemos hoy así a una nueva generación peronista dispersa en varios partidos y/o grupos y, frente al fracaso de la generación inmediatamente anterior, abierta a una discusión doctrinaria: ¿qué debe hoy hacer el peronismo para lograr el éxito en sus propósitos?
Desde la Cámpora, con su desactualizada rémora socialista de los 70, hasta el peronismo liberal de los Monzó y Frigerio de Cambiemos, los peronistas de la generación ya lista para acceder al poder, buscan su formato organizativo y, sin advertir aún la importancia de la renovación discursiva de la doctrina, buscan también el texto de la etapa institucional del peronismo. No se trata de ir haciendo a los ponchazos y a fuerza de intuición, como en los años 90, sino de actualizar un discurso, cerrando además la más vieja y dañina de las brechas del siglo XX : la del peronismo y la del antiperonismo.
Lo que está a la vista de todos pero que pocos se atreven a describir como el final de una época y el comienzo de otra, es inevitable y esta vez definitiva reconciliación política del peronismo con el liberalismo y del liberalismo con el peronismo. Los años 90 funcionan como el antecedente histórico de una adaptación que el peronismo y el liberalismo supieron forjar de mutuo acuerdo, y que resultaron en una época de inmensos logros y estabilidad para la Argentina. Con problemas que hoy se pueden ver y corregir—cambio flotante, no cambio fijo; seguro de desempleo y reeducación laboral, etc.—es el modelo a seguir de un lado y otro, pero entendiéndolo esta vez no como una mutua adaptación sino como la inevitable fusión de dos líneas históricas de la Argentina: la de un liberalismo que hizo grande a la Argentina como nación y la de un peronismo que extendió la grandeza y la riqueza de esa nación a las clases trabajadoras, haciendo una Argentina de clase media, con un pueblo feliz por su ascenso y progreso.
Durante estos días de transición, seguirán los líderes pseudo-peronistas, como Cristina Kirchner, que poco hizo como peronista para hacer crecer la nación o elevar a su pueblo, o pseudo-liberales, como Mauricio Macri, que sometido a prejuicios y errores, dejó a la nación y a su pueblo más pobres aún. Seguirán medrando con la brecha, cada uno en pos de su propio interés, alimentando una oposición falsa de peronismo-liberalismo, en el que una finge ser peronista y el otro, liberal, mientras la realidad circula por otro carril: las nuevas generaciones están ya anímica y prácticamente lejos de las antinomias de la generación anterior.
Es importante plantear la discusión política en nuevos términos, de cara a las resoluciones que el actual gobierno quizá se resiste a tomar por no advertir cuánto más adelantado está el pueblo en su conjunto en la aceptación de la simbiosis de las dos grandes tradiciones: un liberalismo que permita a los capitales actuar con total libertad para crear riqueza y un peronismo libeardo y revitalizado en sus organizaciones sindicales para acompañar y permitir este crecimiento con los mayores beneficios para los trabajadores y, sobre todo, para los hoy innumerable aspirantes al trabajo. No hay contradicción alguna entre el libre mercado y el sindicalismo cuando se entiende al sindicalismo también como una organización privada, no estatal, de los trabajadores. No hay contradicción entre un peronismo que actúe sobre la comunidad trabajadora con los modernos instrumentos de una economía capitalista—dando nuevas opciones y funciones a los sindicatos—y un capitalismo que no solo tolere la sindicalización, sino que vea en ésta un instrumento más para el desarrollo del mercado y la ampliación y mejora del público consumidor.
El reagrupamiento de los varios peronismos con su doctrina actualizada dejará sin duda afuera a todas las variantes de estatismo, con el Estado como un instrumento también a ser reformulado para una nación que precisa crecer con velocidad y sin el lastre de altísimos impuestos para financiar estructuras caras e ineficientes. El peronismo puede ahora contar esencialmente con la agilidad de las organizaciones sindicales para eliminar de modo genuino al 50% de pobres que las administraciones tanto del kirchnerismo como del macrismo supieron conseguir con su estatismo a ultranza.
Es posible así que los estatismos convencidos del radicalismo, de algún peronismo anticuado no-federalista y no descentralizador, y de los sectores regresivos de Cambiemos, aúnen sus fuerzas para oponerse a la simbiosis peronista-liberal que las nuevas generaciones están haciendo, poco a poco suya, con el convencimiento de que no existe otra fórmula para que el país crezca y la clase trabajadora tenga trabajo y cada vez más, trabajo de calidad.
En la Argentina, hay novedades subterráneas. Hay que saber verlas y confiar en que el dolor de los viejos enfrentamientos, no ha sido en vano. En todo caso, para toda una nueva generación, ese enfrentamiento ya quedó atrás y eso es lo que importa para comprender por dónde viene el futuro.